La dieta de los más pequeños es siempre centro de conversaciones, noticias y opiniones de todo tipo. No es para menos, hablamos de alimentación, y tocamos entonces las bases principales de una sociedad como la nuestra, salud, educación y, por supuesto, economía.
Sonaron las alarmas ya hace tiempo, y sonando siguen sin parar, pues la población española ocupa los primeros puestos, a nivel mundial, en obesidad infantil. El aumento de enfermedades como la diabetes tipo dos, es una de las consecuencias, y un dato impactante y aclaratorio de la situación, ya que hablamos de un tipo de diabetes que hasta ahora solo estaba relacionada con la tercera edad.
Varios estudios hacen referencia a que las causas de este gravísimo problema se deben, entre otros,a la sustitución de la dieta mediterránea por otra que se compone fundamentalmente de alimentos procesados, rápidos de cocinar y más baratos, con sabores doblemente dulces y fuertes, que dejan a la sana y verde lechuga imperceptible para el paladar.
En el mercado podemos encontrar galletas, snacks salados, gomitas de colores, refrescos con gas y repletos de azúcar, totalmente adaptados para las manitas más pequeñas. Sopas, pastas, arroces e infinita variedad de platos precocinados, listos en dos minutos de microondas, para los papás y las mamás más atareados. Y por último, para aquellos con menos recursos económicos, productos caracterizados por su alta cantidad, su baja calidad y su bajo coste, destinados a una cocina donde la freidora es el electrodoméstico estrella, y donde los cinco panes por un euro son el acompañamiento perfecto. El factor económico se ha vuelto pues crucial a la hora de alimentarnos bien. El caso de las familias más vulnerables, como podrían ser las monoparentales, donde el 75% de los hijos están actualmente en situación de pobreza, podría ser un buen ejemplo.
El factor educación tiene doble juego en este sentido, la educación de nuestro cuerpo y nuestro paladar por un lado, y la educación sobre alimentación que hemos recibido por otro. La formación sobre salud alimentaria en las escuelas es claramente escasa. Saber leer la etiqueta de los productos, qué son esas palabrejas que consumimos y cómo nos afectan, no son cuestiones inclusas en el curriculum. Del mismo, la formación a las familias podría ser también muy interesante como solución al problema, ya que comer bien, a pesar de lo que pensamos no tiene por qué ser caro. Enseñar a elegir los productos adecuados, cómo elaborar una dieta sana y completa cada semana, o fomentar normas, a modo de ritual, para la hora de cada comida serían objetivos de esta formación.
Comer de forma pausada, en familia, disfrutando de la conversación, nos llevan a realizar solo la ingesta de alimento que necesitamos, la televisón por el contrario nos abstrae, nos altera, hace que comamos más y más rápido, no respetando así los tiempos adecuados para masticado. Animar a los pequeños de la casa a participar en la elaboración de los platos, a poner la mesa, los predispondrá a probar y cualquier tipo de alimento. Reducir el consumo de proteínas cárnicas mejorará tu sistema digestivo y la salud del medio ambiente ¿lo sabías?.
Estos son algunos consejos, y es que no podemos olvidar, “somo lo que comemos”.