Sucede a menudo. Uno busca en Google algo que pretende hacer o comprar, abandona la búsqueda y, al rato, al ir a su feed de redes sociales, le aparecen cosas relacionadas con aquello que antes le apetecía y ahora quizás ya no o con aquello que decidió comprar. Y todo por las cookies. No es esta cuestión una que eludan los expertos; al contrario: la reconocen. Así lo ha hecho José María Álvarez-Pallete, expresidente de Telefónica, quien es, a la vez, uno de los mayores críticos respecto a esto: «Cada vez que aceptamos las cookies de una web -dice- entregamos fragmentos de nuestra vida». A lo que apostilla: «A cambio, recibimos un servicio que nos es útil, y que nos dicen que es gratis».
¿Solo dicen? Sí pero no. Porque todo tiene un precio, que el mismo Álvarez-Pallete fija: «El valor de los datos generados por una familia de cuatro puede oscilar entre 26.000 y 40.000 dólares por año«. Un dineral que para las compañías termina siendo gratis, porque, más allá de ese servicio mencionado, «lo estamos regalando», y que el experto considera que es parte de una suerte de «la economía sumergida más grande del mundo». Y es que, según afirma (y tiene razón), cuando decimos que ‘sí’ a aceptar las cookies no conocemos realmente su funcionamiento, ni a quién le estamos cediendo los datos que ocupa, ni quién los compra o los (re)vende…
Ciertamente, en esas búsquedas uno suele encontrarse con letra, más grande o más pequeña, que le explica a dónde puede acudir para interesarse por la política de privacidad del portal al que está accediendo o cómo es esta, directamente, si bien a menudo damos a aceptar sin tener en cuenta que «los costes de transacción son altos». «Todos nuestros comportamientos se convierten en tokens. Y si somos nosotros los que generamos esos datos, deberían pagarnos por ello», advierte el especialista y exdirectivo de Telefónica sobre una cosa que, en efecto, no sucede.
Las cookies en el marco europeo
Con todo, existe una legislación, tanto nacional como internacional, que regula todo este mercado generado alrededor de nuestras cookies, que almacenan detalles como nuestra ubicación o nuestras preferencias por un determinado lugar o producto a fin de ofrecernos una experiencia personalizada, como será esa búsqueda o la posterior aparición de otros servicios o productos similares (de esos que te entran por los ojos al abrir Instagram después de buscar «hoteles baratos» en la ciudad que planeas visitar en tus próximas vacaciones o precios de los vuelos allí a donde querías ir).
Así, el Reglamento General de Protección de Datos y la Ley Orgánica que desarrolla esta cuestión obligan a que las empresas hagan ejercicios de transparencia con aquella información que tratan, a que el consentimiento deba ser expreso, a que exista la posibilidad de rechazar las cookies y aun así poder navegar por la web… Sin embargo, son muchos los portales que siguen saltándose a la torera algunas de estas exigencias; fundamentalmente, la que tiene que ver con la transparencia y con la forma en que se recogen los datos recopilados, cuáles son y para qué se utilizan. Así lo advierte la Agencia Española de Protección de Datos.
Siguiendo con las restricciones o con las obligaciones que se plantean en este mercado tan nuevo como muchas veces desconocido para quien hace el gesto tan banal que es aceptar las cookies, la normativa europea pretende dotar de una mayor seguridad a los usuarios de Internet y, como la ley española, que quienes entran a las webs puedan rechazar las cookies siempre que no sean estrictamente necesarias para el funcionamiento técnico en el propio portal. Esto, sin embargo, no está todavía aprobado.