Para los y las profesionales del sector social ¿es la formación una prioridad? ¿Realmente consideramos los cursos como inversión? ¿Dónde están las claves para conseguir un buen número de inscripciones? ¿Cuáles son los motivos para seleccionar un taller y no otro? ¿De qué depende el nivel de implicación y asistencia? Todas estas preguntas (y algunas otras más) son las que me vengo haciendo desde hace un tiempo. Pero, especialmente, en estas últimas semanas.
¿Por qué me hago estas preguntas?
Hace un par de semanas ocurría una situación nada deseable. En la misma semana se dio la circunstancia de suspender 2 talleres que tenía organizados. En una misma semana, 2 fracasos (si, lo son porque no se ha conseguido lo deseado), que hubo que asimilar y aceptar. Pero, esta conjunción de fracasos me llevó a reflexionar más en profundidad sobre cierto tema.
El tema sobre el que reflexioné es lo que mencionó en el título de éste post. Me dio por pensar que ocurría con el tema de la formación. Sobre todo en la específica de la intervención social o relacionada con el trabajo con personas (aunque quizá puede ser aplicable a otros campos y temas). Claro, que no me refiero a la formación formal, reglada, sino a la que denominamos en nuestro CV como “Formación complementaria”.
La reflexión parte, además, no solo desde el lado formador/emprendedor. Sino que también desde el rol de asistente/participante. Y es que desde hace un tiempo, yo soy de los que a veces me he denominado “cursillista de profesión”, con épocas de estar realizando hasta 3 paralelos. Así, ya son 10 años en los que vengo observado las dinámicas en este ámbito.
¿Cuál es mi análisis?
Partiendo de lo planteado, por mi parte he llegado a ciertos puntos que me resulta interesante destacar, de manera separada. Así, considero que la formación (dentro del ámbito comentado) se enfrenta a las siguientes puntos a reflexionar:
-
Cultura de “lo gratis”: resulta curioso que la formación gratuita se suele llenar fácilmente. Todo el mundo se lanza, aunque le interese realmente poco. De hecho me pasó con un micro-taller gratuito en el COTS Madrid, que hubo lista de espera. Pero luego, cuando es de pago no se apunta casi nadie y se suspenden. Y si a esto le añadimos que hay espacios de difusión, propios del TS (ciertos grupos de FB, por ejemplo) donde no se permite compartir más que formación gratuita, pues se refuerza esta cultura.
-
Mayor precio = mayor valor = mayor calidad: es el caso contrario de lo anterior. Parece que cuanto más cueste un taller, más valor, más vamos a aprender… Pasa que estos talleres se llenan o, incluso, hay lista de espera y se sacan nuevas ediciones. Creo que sobrestimamos demasiado muchas formaciones. Porque, personalmente, más de una vez he visto ofertar talleres igual de buenos y completos por mucho menos precio… pero no salen adelante. A esto, añadir que, en mi caso, los precios del taller los planteo también desde la filosofía de que sean accesibles al mayor número de personas, algo que considero intrínseco de la filosofía del Trabajo Social. Y con mayor motivo en los de Teatro Social, que la siento como una herramienta que le pertenece al “pueblo”.
-
Barreras a la formación innovadora: todo el mundo, cada vez que le habló de mis talleres de Teatro Social dicen: “que interesante”, “hay que apostar más”, “me gustaría hacerme un taller”… Pero a la hora de la verdad, nada de nada. Como mi taller, otros. En cambio, formaciones con temas más habituales y manidos (Dir. Centro Serv. sociales, intervención con infancia, peritaje social, informes sociales…) o de moda (Coaching, Mindfullness o Mediación por ejemplo) suelen funcionar más y mejor. Da la impresión que nos cuesta salir de la zona de confort.
-
La formación es un gasto (o no está entre las prioridades): se dice mucho que la educación y formación son una inversión. De hecho, en el sector social tendemos a defender esta idea… Pero a la hora de la verdad quizá no hay una total coherencia. Porqué más de una vez he leído o escuchado cosas como: “es que no me puedo gastar tanto”, “vale mucho dinero y tengo otros planes”… Planes que, en ocasiones, son mucho más caros y si son realmente un gasto (cada cual pensará en varios), lo que me lleva a la cuestión de cuáles son las prioridades.
-
Alta demanda de “títulitis”: es algo más allá de la formación no formal, pero en nuestro sector tiene un punto extra. Ante el alto nivel de profesionales enfocados a opositar, estos buscan y realizan, principalmente, formación que les dé un título que aporte puntos en las oposiciones. En cambio, somos más reacios a hacer talleres y cursos que no los den, por muy buenos y oportunos que nos parezcan.
-
Nivel de implicación y asistencia: este aspecto tiene relación directa con alguno de los anteriores. Si un curso es gratuito, pasa, en ocasiones, que mucha gente acaba faltando. Como no ha habido “gasto”, es más fácil tomar la decisión de no asistir. Esto provoca que haya menos gente de la esperada (he visto hasta estar solo 5 de 25 apuntados), con el consiguiente perjuicio en el planteamiento del taller en algunos casos. En cambio, si hemos pagado mucho dinero, nos forzamos a asistir y nos implicamos más en caso de ausentarnos (avisando con tiempo, por ejemplo).
¿Cómo logro que salga adelante? ¿Todo es responsabilidad mía?
Si, tras todo este análisis son las cuestiones que una y otra vez me surgen. Por supuesto, de cada experiencia hago análisis autocrítico de que cosas podemos mejorar. Sobre todo en lo relativo a difusión, que creo es el principal factor para que prospere o no los proyectos formativos como los que planteo.
Hasta ahora he probado varias alternativas como: descuentos en precio, cambiar el nombre del taller, las estrategias y medios de difusión, he utilizado newsletter, establecido procesos de preinscripción, organizado en colaboración con otras entidades… Vamos, que no se me puede acusar de “estatismo” y falta de creatividad. Más bien todo lo contrario. Pero hasta ahora, de 10 veces que lo he intentado realizar, tan solo se ha llevado a cabo en 4 ocasiones. Y esto da para pensar muy mucho.
Quizá penséis que es un alto porcentaje de éxito. Yo también lo creo en cierta medida. Pero he de indicar que el número de asistentes en los talleres no es que haya sido alto (máximo 12 personas, en un taller de 20 plazas estimadas para un desarrollo completamente óptimo en todos los aspectos). Eso sí, el esfuerzo y el trabajo puesto en organizar cada uno es siempre el mismo. Por eso cada cancelación, cada “fracaso”, es más difícil de asimilar y te hace reflexionar cada vez más. Hasta el punto de pensar que, quizá, no siempre uno tiene la llave y la total responsabilidad del llevar un proyecto formativo a buen puerto. Y que cada cual tiene algo sobre lo que reflexionar sobre su “relación” con la formación.